La meditación no tiene nada que ver con la contemplación de los enigmas eternos, o de la propia insensatez, ni siquiera del propio ombligo, aunque pueda aportar una visión más clara de todo ello. No tiene nada que ver con ningún tipo de pensamiento, con nada en absoluto, en realidad, sino con intuir la verdadera naturaleza de la existencia, que es por lo que ha aparecido de una u otra forma en casi todas las culturas conocidas por el hombre. El bosquimano que contempla extasiado el fuego, el inuit que utiliza una piedra afilada para dibujar un círculo cada vez más profundo en la superficie plana de una roca, alcanzan la misma extinción del ego (y el mismo poder) que el derviche o el danzarín sagrado de los pueblos indios. Entre los hinduistas y los budistas, la comprensión se alcanza mediante la calma interior, que se logra normalmente mediante el estado de samadhi del yoga sentado. En la práactica tántrica el discípulo puede desplazar el ego llenando todo su ser con el objeto real o imaginario de su concentración; en el zen, uno busca vaciar la mente, devolverla a la quietud clara y pura de una concha marina o un pétalo de flor. Cuando el cuerpo y la mente se unifican, entonces todo el ser, completamente liberado de intelecto, emociones y sentidos, experimenta que la existencia individual, el elgo, la realidad de la materia y los fenómenos sólo son disposiciones efímeras e ilusorias de moléculas. El yo fatigado de máscaras y pantallas, defensas, prejuicios y opiniones que, sustentado por ideas y palabras, se imagina que es una especie de entidad (en una sociedad de entidades semejantes) puede desaparecer súbitamente, disolverse en el flujo informe en que conceptos tales como muerte y vida, tiempo y espacio, pasado y futuro, carecen de significado. Existe sólo un brillo perlino de Vacuidad, lo No creado, que no tiene pincipio, y por lo tanto, tampoco fin. Lo mismo que el muñeco bodhidharma de base redonda que vuelve siempre a su centro, la meditación representa la base del universo a la que todo vuelve, como en la quietud de la ncohe plena, la quietud entre las mareas y los vientos, la quietud del instante previo a la Creación. En ese Vacío, este estado de reposo dinámico, sin trabas, se halla la realidad última, y ahí renace la verdadera naturaleza propia, en un regreso de lo que los budistas llaman "gran muerte". Ésta es la Verdad de la que habla Milarepa.
El Río del Dragón de Nueve Cabezas - Peter Matthiessen
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Antes que el cielo y la tierra
Había algo nebuloso
aislado, silencioso
inmutable y solitario
eterno
la Madre de todas las Cosas
No sé su nombre
Lo llamo Tao
Lao zi, Tao te King

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